La insatisfacción 

Dice una máxima: «En el mundo no existe gente malvada, sólo gente insatisfecha». Es decir, quien ejerce el mal, sin ser del todo inocente por ello, es en realidad víctima de una insatisfacción que le lleva a realizar acciones innobles como forma desesperada e inconsciente de liberarse de ella, o como descuido provocado por la misma, o quizá como una venganza contra el mundo, por tenerlo así de insatisfecho. Y por el contrario, cualquiera que se encuentre en un estado de plenitud, sin ser un santo por ello, mostrará inevitablemente su mejor cara, ejerciendo todas las virtudes potenciales de su persona. 

De este modo, y aceptando la máxima inicial, procurar la autosatisfacción no sería en absoluto un acto egoísta, como normalmente se pregona, sino más bien, la única forma posible de fomentar la armonía en el entorno. Por el contrario, privarse a una misma y a las demás del placer y la satisfacción resultaría ser un tremendo atentado contra la paz mundial, pues la insatisfacción podría convertir a personas bondadosas en violentas bestias. 

Sin embargo, tal como un veneno que en bajas dosis resulta medicinal, la insatisfacción es un poderoso catalizador. Es aquello que mueve a la persona hacia la expresión, hacia la búsqueda de nuevos y necesarios caminos, hacia el arte y a la realización de los sueños. Resulta necesaria aquella pequeña dosis de insatisfacción justamente para recordarnos que estamos vivas, y que nuestros cuerpos claman por el movimiento.

Quizá la plenitud nos permita alcanzar el reino de los cielos, pero definitivamente el movimiento es la forma de habitar el reino de la tierra.

—20. Okt


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