El amor, que por muy idiota que parezca a veces, ve las cosas más claras que nuestra supuesta racionalidad

Sentencio: el amor, por muy idiota que parezca a veces, ve las cosas más claras que nuestra supuesta racionalidad.

—¡¿Pero cómo?! —me dirá la señora sensata que nunca falta entre las locas— ¡Una a veces se enamora de la persona menos conveniente, dejando de lado a otros que son excelentes partidos!

La señora sensata ha atinado su comentario, pues es algo que sucede a menudo: enamorarnos de alguien con quien sería poco conveniente llevar una relación de pareja, ya sea debido a temas pecuniarios, o bien porque proviene de otra casta cultural, o simplemente porque nuestro amante presenta un comportamiento conflictivo que sin duda complicará nuestras vidas. Sin embargo hay que notar una cosa esencial en este punto: la supuesta conveniencia de alguna gente para conformar una pareja viene dada mayormente por una serie de convenciones sociales bastante antojadizas, anacrónicas casi siempre, y forzadas por la cuestionable tendencia, por parte la sociedad, de uniformarnos a todas. Incluso el modelo en que basamos tal relación de pareja resulta ser una convención social que hasta en los círculos más progresistas se insiste en aplicar, por más que el discurso apunte a la rebeldía.

Sostengo entonces la imperiosa necesidad de tomar todo esto en consideración antes de dar por sentado que tal ‘conveniencia’ es un absoluto, pues ¡quién sabe!… tal vez la sociedad cambie sus parámetros de forma caprichosa y un determinado día suceda que llevar una relación homosexual se transforme en un valor moral. ¡Ahí lamentaremos el día en que dejamos al amor de nuestras vidas sólo por acatar el anticuado parecer de nuestros padres! O quizá la sociedad de un momento a otros implemente y azuce la poligamia, y nos pille ahí, casados con una sola persona en vista de que amábamos a cuatro. 

Y en este mar de posibilidades, en donde sencillamente todo puede ocurrir, es bueno contar con ciertos patrones que nos otorguen mayor capacidad de aprovechar tal libertad, paradójicamente limitando nuestras posibilidades. Y es en este punto en donde me gustaría citar a aquello que llamamos «corazón», no refiriéndonos al  vital órgano coronario, sino a una fuerza misteriosa que influye en nuestra voluntad, no sólo en asuntos mundanos sino también espirituales. Entre tantos miles de caminos que podemos seguir, y ante los cuales nos es imposible dar siquiera un paso certero, el corazón se impone y nos empuja hacia aquel que necesitamos. Quizá tal camino no sea el más fácil, y se halle por el contrario plagado de tormentos, pero de alguna forma inexplicable, el corazón sabe mejor que nosotras —y naturalmente mejor que nuestra cultura— aquello que necesitamos para crecer. 

Pero bueno, sin ánimo de aventurarme en estos terrenos tan pantanosos, me gustaría, para exponer mejor mi punto, citar el caso  de Ricarda, una conocida mía cuya historia ilustra de forma sencilla el asunto.

Sucede que esta bella y joven mujer llamada Ricarda se encuentra en un dilema similar al que planteo (aunque no escape del terreno heterosexual y monógamo que de momento es la tendencia más sencilla en la sociedad): se bate entre la conveniencia de seguir los imperativos sociales o, por otra parte, los misteriosos empujes de su corazón que la llevan a un camino distinto y irreconciliable. Sucede que Ricarda tiene un pretendiente con quien ha salido en ocasiones, llamado Astor. Ciertamente ella comparte la misma opinión de Astor que tienen todas sus amigas: que es un excelente partido. La unanimidad de esta opinión no es sorprendente, pues Astor posee muchas de las virtudes que la sociedad enaltece: tiene un buen trabajo, es un hombre próspero, comprensivo, carente de vicios, además poseedor de un pene monumental que permanece duro por horas, y que hace que eso de «follar a medias» sea algo improbable con él. Aunque esto último es más bien una opinión personal de Ricarda, la que prefiere no divulgar. Por si fuera poco, Astor no tiene ninguna duda sobre su amor por Ricarda, a quien ha rondado por mucho tiempo sin desistir en su afán, completamente convencido de lo que siente y de la seriedad de su propuesta. Muestra además un gran tacto con la situación, jamás insistente o inoportuno, sino tierno, comprensivo y paciente. Desde que Ricarda conoció a Astor que su parecer, aunque teñido de imperativos culturales, no ha cambiado en lo absoluto: es un hombre perfecto. 

Aunque sería interesante preguntarse «perfecto, pero ¿para quién?», que es un asunto relevante considerando que Ricarda en realidad está enamorada de Giacomo.

Jack (como le dicen sus amigos) es un hombre divertido y gozador, es un artista, un pintor, le gusta la vida nocturna y cuando esta borracho suele recitar poemas en italiano, que es su lengua materna. Tiene un repertorio sorprendentemente amplio en esta materia. No es una persona solvente económicamente, suele estar en apuros financieros y gran parte de sus ingresos se los debe a su ex-novia para la manutención de su pequeño hijo, de tres años ya. Es una suerte que al menos tenga cierta capacidad de ahorro, la que le permite dejar para el invierno algo de lo que gana durante la temporada de verano, vendiendo sus paisajes en las concurridas calles de la ciudad turística en la que vive.

Difícilmente hubiese disyuntiva si Ricarda fuese una mujer muy joven, de la cual nadie espera nada y a quien se le permite morder tranquilamente la tentadora manzana del placer, pero ya a sus treinta y pico años, la sociedad comienza a imprimir con fuerza no tanto sus  lapidarios designios como sus maquilladas amenazas: «Ya es tiempo de formalizar, Ricarda», «El amor ya no toca la puerta tan seguido, Ricarda», «Luego ya serás muy vieja para ser madre, Ricarda», «Ahora eres bella, pero envejecerás y ya nadie te querrá». Y quizá la amenaza más importante: «Con Jack no podrás formar una familia feliz, mas sí con Astor, y ¿qué es lo que buscas Ricarda? ¿una familia feliz y consolidada, como te hizo falta en tu niñez, o un idilio pasajero que sólo augura soledad?».

¡Qué ridículo! ¿no es así, Ricarda? Y efectivamente Ricarda piensa lo mismo de todas estas absurdas ideas. Efectivamente no es necesario ahondar demasiado en ellas para identificar su completa incompatibilidad con la realidad o con las sorpresivas vueltas que la vida tiene preparadas para una persona. Sin embargo estas son puras conclusiones racionales, y está visto que el pensamiento es demasiado débil como para enfrentar a los designios culturales que nos han formado desde la infancia, demasiado débil para guiar la propia voluntad, demasiado débil para sobreponerse al miedo. Es débil simplemente porque nuestra fuerza no emana de ahí. Quizá la única arma que puede ayudar al pensamiento a guiar los pasos de una persona sea una estratégica alianza con el corazón, y con la fuerza del amor que lo guía.

En fin, de cualquier manera, y a pesar de las intuiciones de Ricarda, el hecho de ver a sus amigas tan felizmente emparejadas, disfrutando de tal forma la maternidad, es algo que crea una gran angustia en ella, pues el dictamen de su corazón, aunque vigoroso, resulta duramente embestido por tales imágenes. Todos le dicen a Ricarda que Jack, a pesar de ser muy divertido, no es el indicado (sobretodo ya enterados de que Astor está rondándola también). Ricarda sabe esto, pero también se da cuenta —presa de un ambiguo sentimiento— que su decisión racional no tiene papel que jugar, sencillamente porque está enamorada. Sabe que jamás podría considerar a Jack solamente para divertirse un rato, porque su amor es tan grande que la empuja con fuerza hacia la trascendencia del mismo. Y sospecha, no sin experimentar cierto vértigo, que pese a cualquier consideración de conveniencia, no podrá nadar en contra de la fuerza de su amor.

En este punto, las consideraciones prácticas de una vida en pareja quedan diluidas como gotas de agua en el océano del amor, pues el amor y el deseo no saben de pragmatismos porque responden a algo más fuerte, más grande, y quizá, más sabio.

—¡Eso es imposible! —dice esta vez, un señor sensato— ¿Cómo puede ser más sabio irse con un borracho antes que con un ingeni… (¿en qué trabaja ese tal Astor?)… antes que con una persona de bien?

Astor es un médico, pediatra para ser más específico. Es reconocido en el hospital en donde trabaja por el maravilloso trato que da a los niños. Astor realmente adora a los niños y tiene mucha paciencia con ellos. Se ve que sería un padre fenomenal. Por otro lado hay que aclarar que Jack no es un borracho, al menos no durante las 24 horas que dura el día (aunque su día suele durar sólo una fracción). Tampoco es un mal padre; de las pocas horas que esta en vela durante el día, una parte importante de ellas esta destinada a llevar al pequeño al parque (pues mamá prefiere que su hijo no se aparezca en la dudosa pensión en donde vive Jack).

Sí. Concordamos en que quizá la vida en familia no sería tan fácil o incluso práctica para Ricarda si es que desease tener una relación seria con Jack, o si es que lo escogiera para ser el padre de los hijos que quiere tener, cosa que aunque ella misma puede considerar inadecuada, su corazón añora. Empero hay otras consideraciones que tomar en cuenta y que pueden llevarnos a aceptar que el mundo no es absurdo, y todo lo que es, tiene un fundamento para ser, aunque a veces no lo podamos entender. 

Nuestro paradigma científico ya reconoce que todo ocurre por alguna razón, que no hay relaciones de causalidad absurdas, tan sólo inexplicables, y de momento. Para aquello inexplicable, echaremos por de pronto mano al mundo new-age, que sugiere la existencia de una conciencia mayor y desconocida, que provoca que dos personas se atraigan irremediablemente, pues de esta atracción surgirá algo necesario para estas personas, pero en un plano metafísico. O bien puede ser simplemente que el cuerpo reconozca a nivel inconsciente una cierta compatibilidad genética con fines reproductivos en la otra persona, y que esa simple razón provoque aquella atracción idílica que tanto insistimos en adornar de rosas, cuando no se trata más que de un burdo mecanismo químico. 

Como somos personas más bien serias y de pensamiento científico, abordaremos de momento la concepción psicológica (aunque analogable en muchos aspectos a la explicación new-age) de que uno elige situaciones o personas respondiendo a patrones impresos en el inconsciente, muchos de ellos adquiridos durante la primera infancia, y fruto de una larga y exitosa evolución de la raza humana que tienen por objeto moldear las conductas del individuo para adaptarlas al entorno, y así lograr mayores chances de supervivencia. 

Al respecto, se habla de patrones negativos o positivos, pero esta vez sin el rigor científico necesario para dejar de lado las concepciones morales de la sociedad, que de manera antojadiza  (o con fines antojadizos) tachan de bueno o malo algunas conductas que bajo otra óptica serían neutras. Por ejemplo, el hecho mismo de diagnosticar un «trastorno» (es decir, algo contraproducente y que debe ser corregido) en un niño que no pone atención en clases, sabiendo que además de aburrido, el colegio y su metodología va en contra de la naturaleza sicológica de cualquier humano, y por ende, de su salud mental.

Entonces para Ricarda, a pesar de lo que su familia o amigos puedan decir, el tema está bastante claro y es muy coherente: «amar a Jack, más allá de si es malo o bueno, si conviene o no a tal o cual propósito, es mi naturaleza biológica, un mecanismo de supervivencia y adaptación al medio. Casi podríamos hablar del “destino”. No es casualidad que me excite de tal manera cuando lo tengo cerca. Mi cuerpo sabe que Jack es el indicado, al menos para los fines que mi cuerpo busca con un hombre».

Pero ¿qué decir de aquel curioso parecido entre Jack y ese personaje misterioso que fue el padre de Ricarda, de quien no escuchó hablar más que las historias que contaba su madre antes de morir, enamorada todavía a pesar de haber sido abandonada hace tantos años? ¿No se estará repitiendo la historia?

«Pues ¿quién soy yo para torcer aquel destino? Yo sólo quiero ser feliz, y aquella felicidad, debido a un patrón inconsciente dado por las impresiones de mi primera infancia, responde únicamente a la imagen de un hombre que abandona, responde al amor hacia un fantasma. ¿Es que acaso aquel encantamiento puede ser roto tan sólo rechazando a Jack en favor de Astor? ¡De ninguna manera! Si elijo a Astor y este no me abandona, pues yo lo abandonaré a él, porque la felicidad para mí solamente tiene aquel rostro. ¿Qué sentido tiene torcer estos patrones a fuerza de años de terapia tan sólo para encajar en un modelo de virtud anticuado, en un esquema familiar que no responde más que a las necesidades productivas de una sociedad avarienta e insaciable, y de ninguna manera ofrece las alternativas diversas que las personas diversas tenemos? Mi madre fue feliz, aun viviendo de su nostalgia, ¿por qué no puedo serlo yo también?»

Pero no sólo la biología y psicología tiene sus fines particulares. Podríamos agregar, si tomásemos en cuenta la mirada new-age, a la cual tanto insisto en traer a cuento, que Ricarda ha identificado en Jack a un «maestro» del cual aprender una importante lección, en la vida que actualmente está cursando su alma. Si Jack cambia por amor, se compromete a una relación y no la abandona, se hace responsable, que ya lo es en cierto sentido y esto lo acusa la relación con su hijo, pero responsable en un sentido más amplio y se vuelve pediatra por ejemplo, Ricarda aprendería que el amor todo lo puede y de esta forma lograría dar exitoso sustento a sus patrones sicológicos y reproductivos, además de cumplir con la exigencia social. Si por el contrario, ella vuelve llorando a casa de sus abuelos (que han sido como sus padres) luego de una gran decepción amorosa, ella tendrá el importante desafío de romper sus patrones inconscientes, ya en base a la notable necesidad que los hechos han mostrado y no sólo a un capricho cultural. En cualquier caso, será una vivencia necesaria de integrar, una oportunidad de desarrollo personal… por decirlo de alguna forma.

Astor por su parte, y si es que Ricarda finalmente lo rechaza por amor a aquel pintor borracho, puede tener la oportunidad de entender que todas sus virtudes no lo hacen una mejor persona, que todas las personas son igual de «mejores» ante los ojos del amor, independiente de sus títulos o bienes; que todas merecen amar y ser amadas de igual forma; y sobre todo, Astor podría entender que para el amor siempre hay alguien adecuado, alguien que no necesita meses de paciente seducción para reconocer el camino que su corazón dicta. El destino (por llamarlo de alguna forma) no nos otorga lecciones, sino tan sólo la oportunidad de tomarlas; somos nosotras quienes finalmente decidimos. Es ventajoso entonces enfrentarse a un escenario de incomodidad (como sería el rechazo de Ricarda para Astor) pues nos despierta de un pesado sueño, nos entrega conciencia sobre la situación, otorgando una posibilidad aún más profunda de transformación, que si todo fuese fácil o agradable.

La moral humana nos ha acostumbrado a juzgar nuestras acciones y decisiones en un sólo eje bicromático, que es la virtud, es decir, si son buenas o malas. Pero la realidad goza de aristas mucho más diversas y complejas, e incluso algunas, como hemos podido observar, escapan a nuestro entendimiento, y considerar su existencia —al menos como un fenómeno mágico— resultaría ser nuestra mejor estrategia para abordarlas. El alcance de las consideraciones morales es demasiado limitado y no resulta útil para personas que son capaces de tomar decisiones genuinas en cierto grado, en vez de seguir ciegamente las tendencias sociales o biológicas. Por lo tanto, en tal caso sería mucho más indicado salir un poco de la esfera moral y evaluar nuestras decisiones desde una perspectiva más global, y que a la vez sea suficientemente simple como para poder abarcarse. En vez de considerar las situaciones como ‘buenas’ o ‘malas’, yo las pensaría en términos de ‘adecuadas’ o ‘inadecuadas’. Y para esto es imprescindible preguntarse «¿adecuado a qué?». Claramente debemos saber hacia dónde vamos y quiénes somos para responder aquella pregunta, y luego, para determinar si algo es bueno o malo para nosotras, o mejor dicho, coherente o no con el objetivo que nos hemos planteado. Y el primer paso, lógicamente, es la honestidad con nosotras mismas respecto a nuestro presente.

Ricarda sabe que Astor es adecuado a un supuesto futuro estable y Jack es adecuado a un supuesto futuro inestable. Estabilidad e Inestabilidad, ambos conceptos que no son bueno o malos en sí, y si Ricarda sabe bien quién es ella y qué es lo que necesita en su vida, podrá entender bien cual es el camino adecuado, el cual no tienen que limitarse, por supuesto, a estas dos alternativas, pero que usaré a modo de ejemplo básico.

—¡¿Y quién sabe lo que necesita en su vida?! —dice esta vez una  señora loca, pues los sensatos se han visto incapacitados para ahondar en el tema… al menos de manera sensata.

Y esta es sin embargo una pregunta de lo más sensata, que nos lleva a entender la finalidad práctica de la moral y por qué su uso ha sido y sigue siendo tan popular entre la humanidad. Encontrar lo adecuado, más allá del bien o del mal, es una búsqueda muy ardua y que para mucha gente no tiene mayor sentido. Resulta mucho más sencillo seguir unos cuantos mandamientos y no pensar tanto. Para la misma Ricarda todo el cuestionamiento tampoco tendría sentido si es que estuviese libre de presiones sociales y pudiese seguir a su corazón con la completa tranquilidad de que todo irá bien, de que será apoyada y comprendida, pues el dictamen del corazón estaría socialmente reconocido y respetado. Pero Ricarda se bate entre el vehemente empuje de su amor y las normas morales que sin duda castigarán sin clemencia cualquier decisión contraria a sus dictámenes. Este dilema la obliga a enfrentarse a sí misma, a observar quién es realmente, a preguntarse qué es lo que necesita, qué es lo adecuado a ella más allá del bien y del mal. 

Y este es precisamente el tópico que ocupa sus pensamientos durante un viaje en el tranvía, camino de vuelta a casa luego de haber tenido una gran discusión con Jack (a propósito del tema) en el puente en donde se ha estado instalando con sus pinturas últimamente. Jack piensa que Ricarda está insegura de su amor por él, y se siente despechado, como es natural esperar. Pero más que todo, siente que no es amado y aceptado tal como es, pues ser pintor, ser borracho y hablar italiano lo convierte en un pusilánime frente a los ojos de Ricarda, quien necesita un hombre de verdad, alguien como ese tal Astor. Esto le produce enorme tristeza y ha mermado de forma dramática su autoestima y confianza. Le ha llevado a cuestionar toda su vida, a hallarse a sí mismo miserable y perdedor, tan sólo por ser un pintor y no un pediatra. ¡Qué tontería!… como si el mundo no necesitara pintores también. Pero la verdad es que Ricarda sí lo ama, y con fuerza, pero se encuentra en una lucha interna muy diferente: la sociedad y sus conveniencias versus el amor y sus certezas. 

Raudas llegan las respuestas a las preguntas de quién sabe escuchar, pues siempre están dando vueltas por los aires, esperando la apertura de las personas y de sus mentes siempre distraídas para colarse entre sus ideas y hacerlas brillar de una buena vez.

«All you need is love, all you need is love, all you…». De improviso se corta la canción cuando la muchacha sentada abajo (pues Ricarda va parada) contesta su teléfono y procede a hablar con su novio, a quien ha asignado exclusivamente como ring tone aquella  famosa canción de los Beatles. Tal vez para otras personas este pequeño suceso carecería de sentido y se hundiría en el océano infinito de las percepciones para no volver a asomar jamás, pero para Ricarda significó el chispazo de lucidez que tanto buscaba. En ese súbito momento, como si de una epifanía se tratase, Ricarda entendió que seguir lo que dicta el corazón es lo adecuado para ella, y en este sentido, cualquier renuncia que tal decisión implique es un costo ya considerado. Cualquier privación, cualquier dolor, no será en ningún caso más importante que todo el crecimiento que el camino del corazón le traerá, y por lo tanto, está asumido incluso desde antes de encarnar en esta vida. 

No tiene caso darle más vueltas al asunto. Bajarse del tranvía y volver corriendo al puente para declararle su amor a Jack es una escena de lo más kitsch. Y esto es lo piensa Ricarda entre risas mientras se acerca corriendo y divisa a lo lejos a Jack, apoyado contra la baranda, con sus ojos varados en un lejano horizonte. Se detiene para tomar aire antes de ingresar al punte y ser vista por Jack. Entre jadeos, que son leves para la gran distancia recorrida (pues su condición física es bastante buena), Ricarda se observa a sí misma sonriendo, o más bien, loca de felicidad. La sensación que experimenta en ese momento es única y se puede definir como una  carencia absoluta de dudas. Sólo cuando por fin decidió seguir a su corazón, pudo brotar en ella la certeza más grande que ha tenido, de que está haciendo lo correcto. ¿Correcto para qué, para quién? Pues para ella y solamente para ella. 

Seguir lo que la racionalidad nos sugiere sería quizá un camino sencillo para alcanzar las metas sociales, pero ¿son las metas sociales nuestra metas propias? ¿Qué tan conectada se encuentra esta «racionalidad» a nuestro propósito último? Nuestra capacidad lógica ha intentado por siglos darle un sentido a nuestra existencia sin nada cercano al éxito, entonces ¿es lógico seguir exigiendo a la racionalidad dar respuestas que están fuera de su campo?

¿Qué es lo que nos tiene que decir el corazón al respecto?

De momento: All you need is love. Si a la tercera vez aún no lo entiendes, te lo diré al revés: Love is all you need.

 —28 June, 2018


Imagen: Rene Magritte

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