Tinder y el miedo al rechazo

Una vez, en un bar, leí un afiche que rezada la siguiente frase: 

«Cerveza… desde hace siglos ayudando a los feos a tener sexo». 

La frase refleja algo que, sin querer sonar duro, me asquea un poco de mi propia cultura, que es el hecho de suponer que sólo la gente linda merece tener sexo, y que a la vez es un pequeño aspecto de la idea general de que sólo estas personas merecen ser felices. Esto suena absurdo e incluso idiota si la planteo de esta forma tan cruda, pero a juzgar por la conducta de las personas en esta sociedad, pareciera más bien gozar de una popularidad tan inconsciente como extendida. Sin embargo, semejante concepción no es nada de absurda en la naturaleza, en donde observamos que sólo los ejemplares más bellos y fuertes logran aparearse, lo que me lleva a suponer que tampoco es absurda en una humanidad despojada de «valores occidentales». ¡Pero vamos! somos occidentales y nuestros valores son la inclusión y la diversidad humana, y llegar a ellos nos ha costado mucha sangre, entonces ¿qué sentido tiene seguir comportarnos como gorilas si podemos procurar felicidad para todas las personas, incluso las que son feas?

De todas formas, no pretendo indagar mucho más en este asunto, solamente hago la cita porque a raíz de esto me acordé de algo que me ocurrió, que guarda cierta relación con el tema y que relato a continuación. 

Hice match en Tinder, que es una conocidísima dating-app. ¿Yo usando Tinder? Pues sí. Mis conocidos ya saben cuánto he difamado a la famosa app por parecerme un crudo y patético reflejo de una sociedad insensata en donde el apetito voraz por experiencias nuevas pareciera no encontrar límite, y la búsqueda de estas llega a ser frenética. Ahora ya no sé lo que pienso. Me he entregado simplemente al dulce manjar del amor fácil, evitando cualquier cuestionamiento al respecto, y no he hallado más que alegría y diversión, que ya bien le venía a mi personalidad tan gruñona y apática. ¿Inconsecuencia? Puede ser, puede no ser, no he pensado en ello, y francamente lo estoy evitando por alguna sana razón. 

En fin, el asunto es que hice un match. Esta no es una situación inusual, menos con la enorme contribución que hace mi foto de perfil al hecho, a pesar de que no refleje la realidad de mi apariencia (para bien o para mal). Sin embargo este match fue particular, pues lo hice con una persona con la cual nos seguíamos en Instagram desde hace meses y a la que pude reconocer entre todas las fotos y videos de ella que sube a diario. Ella por su parte no me había reconocido, lo cual es lógico pues mi exposición a las redes sociales es mucho más reservada en ese sentido.

En nuestra primera sesión de chat le comenté de esto, de que nos seguíamos en Instagram. Le dije que la conocía, que la seguía en redes y que me encantaban las artesanías que hacía, las cosas de las que hablaba, sus fotos y tal. Me respondió con un emoticon, un corazón, quizá como una forma de amortiguar un poco la pregunta —espeluznantemente directa— que me hizo a continuación: «¿Por qué no me dijiste todo esto por Instagram?», que es en el fondo una forma de preguntarme «¿Por qué no intentaste seducirme por Instagram si ya te gustaba tanto lo que habías visto de mí?»

Pensé en el motivo, pues yo mismo no lo entendía tampoco. Y sin reflexiones muy profundas me di cuenta que no lo había hecho porque su perfil de Instagram no me daba garantías de que ella estuviera sexualmente disponible, a diferencia de lo explícito que es Tinder. Sin embargo la respuesta no me logró satisfacer, porque en lo profundo no era la razón. Pensé un poco más, indagué en mi interior y la respuesta no tardó en aparecer: la timidez. Descubrí que mi timidez implícita es la razón por la que uso Tinder. Solamente me atrevo a hablar con personas que previamente me han aceptado (o que al menos me han aceptado parcialmente por mi foto de perfil), y es por eso que me resulta tan fácil y natural chatear con un match. Establecer un contacto con cualquier otra persona, en cualquier otra circunstancia, no garantiza una mínima aceptación, y por el contrario puede significar un rechazo abrupto, y es precisamente por esto que prefiero limitar mi acercamiento en tal caso, pues para muchas personas tímidas el rechazo es una tremenda bofetada en la cara que intentaremos evitar a toda costa. ¿Qué otro sentido puede tener la timidez si no es protegernos de un eventual daño? De esta forma, un match es indudablemente una garantía de aceptación importante, en donde otrora en los bares y discotecas mediaban sonrisas lascivas (presumiblemente animadas por la cerveza), y sospecho que este es el principal secreto del éxito de la mencionada app, sumado también al anonimato que siempre ha propiciado el chat y los foros de internet, que es un terreno seguro para que cualquiera muestre su esencia más profunda sin ninguna vergüenza (la que no obstante en muchos casos convendría no dejar tan de lado). 

Por supuesto que no revelé todas estas reflexiones en aquella primera sesión de chat. Le dije a mi nueva amiga artesana: «no te hablé por Instagram para que no te sintieras acosada, pero me hubiese encantado haber conectado contigo en ese tiempo». Obtuve otro corazón de respuesta. Ahí descubrí el segundo secreto del éxito de Tinder: es un espacio libre de acoso, pues sólo se acerca quien ya tiene un mínimo grado de aceptación, a quien previamente ya se le ha dado cierto lugar, cosa que a veces no sucede en las discotecas, en donde hay gente testaruda que cree ver sonrisas lascivas en donde no las hay. Esto tira por tierra todas las aprensiones que alguna vez guarde sobre las apps de citas. 

Aunque Tinder siempre me pareció una especie de versión «chatarra» de un encuentro amoroso verdadero (el que yo idealizaba en tonos rosados bastante anticuados), la verdad es que se trata simplemente de la solución natural y práctica a una problemática social vigente, y es por eso que tiene éxito. Para bien o para mal, es la forma de buscar pareja para los occidentales contemporáneos en la actual coyuntura, y la incertidumbre que significa a futuro su actual implementación es algo que no traerá necesariamente ni dicha ni desgracia, sólo cambio. Tal como ha sucedido con todos los avances tecnológicos y culturales en la historia, dicho sea de paso. Por último, cualquier crítica que podamos hacerle, arguyendo su carácter inorgánico o superficial, sería mejor remitirla a nuestro sistema social de tanta frivolidad e individualismo, que hasta el amor lo transforma en un producto de consumo. Aún no me gusta Tinder, pero mis argumentos en contra son cada vez más débiles. 

—¿Y a qué va eso de la «cerveza que ayuda a los feos»? 

—¡Ah!… pues a que, tal como la cerveza, Tinder me parece ahora que ayuda montón a que los tímidos encontremos un espacio seguro entre tanto rechazo. Nos ayuda a tener sexo también. Pero mientras la cerveza debe distorsionar la realidad para lograrlo, Tinder, muy por el contrario, la devela, más allá de la mera superficie.

—Bueno, y la artesana… ¿te la llevaste a la cama finalmente o qué?

—Quedamos de encontrarnos en un bar, pero sucedió que no nos gustamos… éramos mucho más feos de lo que sugerían nuestras respectivas fotos de perfil.

—¿Qué hiciste entonces?

—Pedí una cerveza… dos cervezas.

—10. Jun 2021


Imagen: Henn Kim – https://www.instagram.com/henn_kim/

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