El derecho a cambiar de opinión.

Flota en el aire un sentimiento de desconfianza generalizado hacia las personas que de un momento a otro cambian su discurso. Incluso cuando este cambio se pueda producir de manera más bien paulatina. Se dice, por ejemplo: «Perico no es de fiar porque ahora dice que las cosas son así, pero antes decía todo lo contrario».

Antes de ponerme a defender a Perico, sacando a juego lo que mi abuelo llamaba «derecho a evolucionar el pensamiento», me gustaría detenerme un momento en el juicio mismo hacia Perico. ¿Es algo necesariamente malo el cambiar de discurso?

«Sin duda», se me respondería, «porque no se puede confiar en las personas si no se sabe con exactitud qué van a hacer o pensar a futuro. Si pudieron cambiar su forma de pensar en una ocasión, perfectamente pueden volver a hacerlo». Al respecto, creo que hay una confusión grande en torno al tema, la cual lleva a pensar que una persona cambiante necesariamente será una persona poco comprometida, lo cual por supuesto no es así, pero que resulta ser una una conclusión lógica si la desconfianza media entre ambos factores. 

Nosotras, personas civilizadas y acostumbradas tratar ya no con la inclemente y cambiante naturaleza, sino con una estable y rigurosa ley o sistema moral de mandamientos, percibimos una gran amenaza en cosas que no podemos prever. El futuro incierto siempre nos ha generado conflicto, pues al ser la nuestra una cultura que tiene en su capacidad de «imaginar el futuro» basada todo su supervivencia, es natural que nos sintamos amenazadas ante algo que puede cambiar bajo una caprichosa voluntad. Imaginad simplemente a un horticultor que no puede contar con que el verano será efectivamente un verano o el invierno será tal. El más ligero cambio del clima y puede perder toda su cosecha, con la consiguiente hambruna y quizá muerte de su clan. No me parece extraño que para todas las cosas que no se pueden asegurar se haya inventado a Dios, y que constantemente se le otorguen tributos para que, con su magnífico poder sobre la naturaleza, mantenga el invierno frío y el verano caliente, y de esa manera no haya hambruna.

Pues bien, la historia que me lleva a pensar todo esto es la siguiente. Durante una reunión de amigos y familia (lo que explica mi presencia junto a la de mi abuelo y la del personaje que presentaré a continuación), aparece, ya un poco bebido, un antiguo camarada de mi abuelo, recordándole entre burlonas risas aquellos tiempos de juventud en que ambos vitoreaban por aquel partido político de derecha al cual en la actualidad muy poca gente se sentiría orgullosa de haber apoyado. Este antiguo camarada, por lo visto, no se enteró de las tendencias de elegancia intelectual que se sucedieron años después, y de manera tristemente ingenua seguía enarbolando las mismas banderas.

—¿Te recuerdas cuando salíamos a las marchas con las banderas del PPLU (partido por la uniformidad), gritando a viva voz «¡fuera presidente, fuera socialismo!»? —fanfarroneaba el hombre— ¿Te recuerdas? ¡Ja ja ja, que tiempos aquellos!

Evidentemente su aire burlón no era naif en lo absoluto, él sabía que la reputación de mi abuelo no quedaba muy bien parada ante estos poco decorosos hechos del pasado que siguen asomando cual mala hierba en la cosecha (especialmente considerando las tendencias progresistas del resto de sus familiares ahí presentes). El sujeto no necesita una respuesta a su pregunta de «si te recuerdas», pues evidentemente sólo buscaba sembrar un poco la cizaña antes de largarse a tomar otra copa.

Es luego de su media vuelta que mi abuelo me musita entre dientes: «Todos tenemos derecho a evolucionar nuestro pensamiento».

Ante su mención de la palabra «evolucionar», me recordé (mientras le decía «si abuelo, cómo no») del bueno de Darwin y cómo fue criticada su idea de la evolución como cuestionamiento a la biblia. Cabe decir que existe otra confusión, que goza de altísima popularidad, y que se basa en la idea de que ‘evolucionar’ y ‘mejorar’ son sinónimos. Mi abuelo no reniega de su pasado, quizá sabe que en su momento tuvo sentido haber tomado el hombro de aquel camarada fanfarrón para vitorear consignas. Su pensamiento ‘evolucionado’ en realidad no es mejor que su pensamiento juvenil, simplemente se ha adaptado a los cambios del entorno. Sus ideas siguen siendo consistentes, y si han cambiado, es por que todo alrededor ha cambiado. Así también los homínidos, que ahora gozan de suficiente inteligencia como para jactarse de tenerla, y que si en eras pasadas no la tenían se deba quizá simplemente a que no les servía para nada, y no por ser inferiores en términos globales (¿y es que acaso la inteligencia les sirve de algo ahora?)

La evolución según Darwin tarda millones de años; según la biblia, siete días; y según mi abuelo un momento, el momento en el que uno se atreve a aceptar que el mundo cambia, y quien no entiende este fluir constante de posibilidades queda lamentablemente atado a rezar a algún dios que por favor, que las cosas sigan como siempre.

—April, 2018


Imagen: Faustin Betbeder – «Prof. Darwin», 1874

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